“Al amanecer estaba Jesús en la orilla… …Y les dijo: echad la red y encontraréis.”

 Mensaje del Superior General 

A todos los Religiosos y Laicos de la Congregación, Con motivo de la Pascua del Señor, año 2020 

 

“Al amanecer estaba Jesús en la orilla…

…Y les dijo: echad la red y encontraréis.”

El término «pascua», que viene del hebreo (pesáh) y del griego (pascha) y significa «paso» o «salto», evoca el paso de Dios por la vida de su pueblo, antes, ahora y siempre. Hoy, cuando parece que lo único que nos muestran las noticias frías es el paso de la muerte, nos sentimos llamados (aunque para muchos pueda resultar difícil) a reconocer y creer en este Dios que «sigue pasando» por nuestra vida.

Queridos hermanos y hermanas de la familia amigoniana:

En esta Pascua tan especial que estamos celebrando, dadas las circunstancias sociales excepcionales que estamos viviendo y después de un tiempo de cuaresma que ha sido también muy difícil (que nos ha llevado a experimentar un verdadero viacrucis y que nos sitúa frente a una realidad tan dolorosa como la que estamos padeciendo a causa de la pandemia que asola nuestro mundo), hablar de resurrección puede resultar para muchos comprometedor, pero no por ello menos profundo y sí más realista, pues creemos que no hay verdadera resurrección si antes no se ha recorrido, como Jesús, el camino del calvario. Por eso les invito, hermanos, a que hagamos una lectura de nuestra vida en clave evangélica desde la realidad y los acontecimientos que estamos viviendo en estos últimos meses que han precedido a la Pascua y que han venido marcados, por un lado, por la lacra de los escándalos de abusos dentro de la Iglesia y las tensiones postsinodales, y por otro, por la actual pandemia de la enfermedad vírica que aqueja a la humanidad y a la práctica totalidad de nuestros países.

Escribo estas líneas teniendo presente en mi mente las cifras de personas contagiadas y fallecidas que escuchamos cada día en las noticias, así como las imágenes de la tragedia que nos muestran diariamente los medios (imágenes que muchas veces, lejos de orientar, ayudar y dar esperanza, transmiten más bien confusión y desesperanza). Sin entrar en un análisis sobre la intencionalidad que hay detrás de la manera de dar las noticias y de las empresas de comunicación, la verdad y la realidad es esta: una gran parte de la población mundial está enferma (miles han fallecido), nuestros sistemas de salud están colapsados y los sistemas productivos nacionales e internacionales así como la economía mundial han entrado en crisis. En definitiva, estamos viviendo una situación que está generando en la humanidad preocupación, tristeza y ansiedad, que está cuestionando muchos de los principios que rigen nuestra vida, y que está sacando también lo mejor (tantos gestos de bondad y solidaridad que nos devuelven la esperanza en el ser humano y que evidencian la calidad humana de tantos hermanos) y lo peor (comprobar como el miedo puede hacer surgir en nosotros nuestro lado más egoísta y más inhumano) de cada uno de nosotros mismos.

Quiero proponer como referencia el pasaje tomado del evangelio de Juan en su capítulo 21, versículos 1-14 y que nos relata la “aparición del resucitado a orillas del lago de Tiberiades”, no tanto para hacer una exégesis de este texto, tan lleno de detalles hermosos y de significado, sino porque pienso que puede ayudarnos, como os decía al inicio de esta carta, para hacer una lectura de los acontecimientos que estamos viviendo en clave evangélica.

El contexto de este pasaje es conocido: Pedro y los demás discípulos (entre ellos los hijos de Zebedeo) habían vuelto a su viejo oficio de pescadores. Jesús, el Maestro a quien habían seguido por tres años, había sido crucificado, y tras su muerte sentían que el proyecto del Reino de Dios en el que se habían embarcado, había fracasado.

Jn 21,3: “Simón Pedro les dijo: “Voy a pescar”. Ellos le respondieron: “Vamos también nosotros”. Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada”.

Ante la noticia de que no habría celebraciones de Semana Santa, tal y como tradicionalmente las hemos realizado cada año (y aunque es digno de admiración el empeño que hemos visto en muchos sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos de servirse de las redes sociales y los medios telemáticos para transmitir celebraciones eucarísticas, liturgias de la palabra y reflexiones de fe), he constatado con cierta sorpresa la reacción de algunos consagrados y laicos marcada por el miedo, la inseguridad y la inquietud (como cuando a un lisiado le quitan las muletas y le invitan a caminar sin ellas) preguntándose qué vamos a hacer ahora que nuestras iglesias tienen que permanecer cerradas. Como también he sentido mucha tristeza al escuchar a sacerdotes -y hasta algún obispo- decir que esta pandemia ha sido un castigo divino a causa de tantos pecados cometidos. ¡Tantos años de estudios de Teología para desconocer al Dios verdadero, al Dios de la misericordia! Me recordaba todo esto a la respuesta de Pedro y los discípulos ante la muerte de Jesús (antes de la experiencia del encuentro con el resucitado) en la escena del Evangelio que les proponía: volver a la orilla y al viejo oficio de siempre aunque no pesquemos nada, aunque “siga siendo de noche y las redes sigan vacías” (el vacío se da cuando no hay contenido).

Creo que es un itinerario ya conocido por nosotros. Cuando el miedo nos atrapa, cuando las cosas no nos salen como queremos y la misma fe nos revela que la vida no funciona siempre con el “enter” de la planeación y de lo proyectado y sin los resultados que deseamos, cuando la autosuficiencia y nuestro egoísmo se topan con los límites humanos y la realidad nos enfrenta, entonces tenemos la tentación, como Pedro y los discípulos, de volver a aquello que nos da seguridad, a aquello que sabemos hacer y que siempre hemos hecho… aunque “volvamos con las redes vacías sin pescar nada”. Cuánto sentido tienen las palabras que el Papa Francisco nos decía durante la bendición Urbi et Orbi: “La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades… nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad”.

Jn 21,5: “Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Les preguntó Jesús: Muchachos ¿no tenéis nada qué comer? Le contestaron: No”.

¡Cuántas veces no hemos sido capaces de ver la “Epifanía del resucitado”! ¡Cuántas veces, metidos “en el viejo oficio”, no logramos ver más allá ni nos abrimos al misterio de Dios que tiene sus propias formas de manifestarse y mostrarse como Él (Dios) quiere! ¡Cuántas veces nos empeñamos en mantener las viejas estructuras de siempre… aunque “no pesquemos nada”! ¡Qué nerviosos nos pone la renovación de contratos de nuestros programas! ¡Cuánto esfuerzo nos supone mantener la imagen vendida de “superhombres”… aunque a veces no tenga contenido! ¡Qué inquietos estamos ante la incertidumbre de lo que vendrá después de esta pandemia en términos económicos y que puede afectar a la estabilidad de nuestras obras poniendo en peligro el estatus alcanzado y del que nos sentimos tan orgullosos… y en el que estamos tan cómodos! Ante la pregunta del Resucitado “…muchachos ¿no tenéis nada que comer?”, corremos el riesgo de no tener más respuesta que “no” (como los discípulos), que no hemos pescado nada aunque ya no sea de noche.

Jn 21,6-7: “Él les dijo: Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán. Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: ¡Es el Señor! Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua”.

El amor agudiza la capacidad de escucha. El amor hace posible el ver más allá de nuestros esquemas y hace posible que veamos “ahí, en la orilla” al Resucitado como lo hizo el discípulo a quien Jesús amaba. Ese mismo amor es el que hace posible escuchar a quien nos revela con su voz, que aquel que está en la orilla “es el Señor”. Hermanos, a veces pareciera que hemos perdido la capacidad de escucha y que solo hacemos silencio o callamos para preparar nuestro arsenal antes de descargarlo contra nuestro hermano. Pareciera que no vemos al otro porque hemos perdido la capacidad de amar y de sentirnos amados, que nos da miedo experimentar el amor porque nos compromete con el otro. Nos resulta más fácil entonces escondernos en el discurso académico, en la frialdad aparente, en la doble vida y en el negarnos y negar a los otros el amor, que descubrir a Jesús que se nos muestra en el prójimo, en el hermano. Los grandes problemas que ha estado enfrentando la Iglesia y que también han afectado a nuestra congregación (y no es un secreto para nadie que esa ha sido la primera lacra que hemos enfrentado estos años), han venido por el lado de la afectividad, por negarnos a vivir una sana y libre experiencia de amar.

Jn 21,9-13: “Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo: “Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar”. Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: “Vengan a comer”. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: “¿Quién eres?”, porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado”.

Para celebrar esta Pascua, para poder sentarnos junto a Jesús alrededor de las brasas, para recibir el pan de la vida y reconocer al Resucitado, recojo un poco lo dicho anteriormente y vuelvo al inicio de esta carta donde apuntaba la necesidad de vivir la Pascua reconociendo el paso de Dios, que transita por nuestra vida, aún en esta larga cuaresma de pandemias (la de los escándalos por abusos dentro de la Iglesia y la pandemia del coronavirus). Hermanos, les invito a que en esta Pascua nos dejemos interpelar por la realidad y hagamos lectura de ella a la luz de la Palabra de Dios, permitiendo que ésta nos desestructure y nos hable. La Palabra de Dios tiene mucho que decirnos y enseñarnos. Les animo a desarrollar, en este tiempo de manera especial, la capacidad de la escucha empática en donde nos aventuremos a escuchar al otro “desde su mapa” y no desde nuestros miedos y esquemas. Les animo a desarrollar también la capacidad de mirar al otro y al mundo desde los ojos del corazón, sin juzgar, desde la propia experiencia de haber sido mirados con los ojos compasivos del Padre, sabiéndonos perdonados y acogidos por el Dios de la misericordia. Sólo así reconoceremos al Resucitado que está en aquellos que permanecen en las orillas y que ha preferido a los débiles y vulnerables. En definitiva, les invito a redescubrir nuestra capacidad de amar y ser amados. Una gran terapeuta, con quien en un tiempo tuve la oportunidad de impartir talleres de desarrollo humano, me decía en una ocasión: “Ustedes los consagrados/as están entrenados para dar y darse. Pero se descuidan lentamente a sí mismos. De tal manera que después se pierden a sí mismos y se transforman en minusválidos afectivos”. Hermanos, la Pascua ha llegado. Vivamos en este tiempo entre nosotros y en nuestras comunidades, gestos hermosos que testimonien nuestra calidad humana.

Termino con una última idea que me ha venido a la mente estos días viendo, como les decía más arriba, la variedad de celebraciones litúrgicas que uno encuentra en la red y la creatividad pastoral nunca vista hasta ahora y que hemos tenido que “inventar” empujados por esta situación de emergencia sanitaria que estamos viviendo. Creo que cuando todo esto pase habremos descubierto también que están apareciendo nuevas forma de celebrar la fe. Que la misma religiosidad, la religión como fenómeno, está siendo ya superada por una vivencia auténtica de fe que se abre camino movida por estos últimos acontecimientos que nos han llevado a la incertidumbre y al miedo. Que la “comunión espiritual” que tanto se ha promovido en estas semanas (en las que para la mayoría de creyentes no ha sido posible acercarse presencialmente a la Eucaristía) nos muestra que no somos quienes para erigirnos en “jueces autorizados” que deciden quien es digno o no para recibir a Jesús en la comunión, que se nos ha caído la “aduana de la gracia de Dios” y que en esta nueva forma de vivencia de la fe todos nos podemos sentar en igualdad de condiciones en la misma mesa, en la misma orilla y alrededor de las mismas brasas; y navegar junto a Jesús en su misma barca y entender que para que haya Pascua el único indispensable es Él, el Resucitado.

Fr. Frank Gerardo Pérez Alvarado

Superior General

Roma, 08 de abril/2020.

Miércoles SANTO.

5 Respuestas a ““Al amanecer estaba Jesús en la orilla… …Y les dijo: echad la red y encontraréis.””

  1. Sabias palabras y me quedo en mi corazón con una frase. El amor hace posible ver más allá de nuestros esquemas. Y es en este momento es donde nuestra capacidad de dar tiene que ser más transparente
    Gracias Frank.

  2. Fray gracias por su enseñanza. Cierto, la Aduana de la Fe se ha derrumbado. Los señores del Templo tendrán que ser verdaderos pastores con olor a ovejas y salir a buscar y estar con su rebaño. Además el renacer de la Iglesia hogar, permite al Espíritu Santo recomenzar su trabajo y sembrar más vocaciones. Feliz Pascua

  3. Estimado Padre General, en medio de la congoja siempre está la luz de la esperanza que nos transmite nuestro Señor por medio de diferentes instrumentos. Le agradezco mucho su carta llena de amor , visión y sabiduría. Estoy segura de que pronto podremos abrazarnos habiendo crecido y sintiendonos mas fortalecidos. Muchas gracias y bendiciones!

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