A los juniores de la Provincia del Buen Pastor seguro que les sonará el título que encabeza esta reflexión, dado que fue el lema escogido por los propios juniores en el encuentro que celebraron los días 23, 24 y 25 de octubre de manera telemática. Personalmente el título me gustó mucho por dos razones: Primero, porque no es un tema teórico, sino algo vivencial que nos habla de cómo debemos vivir la vida consagrada en nuestras comunidades (de manera especial en aquellas en las que hay formandos). Esto es, desde el acompañamiento. Y segundo, porque ellos han manifestado algo que creo nos afecta como Congregación: la sensación que tienen de soledad y de falta de acompañamiento, cercanía y transparencia en las relaciones, no solamente entre formador y formando, sino también entre los hermanos de la misma comunidad o provincia. Una sensación así entre los formandos de una provincia nos debe hacer pensar a todos, sobre todo, cuando somos una Congregación de pedagogos y expertos en acompañar a jóvenes en dificultad. Nuestras instituciones son alabadas por muchos por la calidad del acompañamiento que damos a los jóvenes. También por nuestros educadores, que sienten que nuestros centros son hogares familiares donde se realiza un buen acompañamiento. Entonces, ¿cómo es posible que más de veinte juniores de nuestra congregación sientan esa falta de acompañamiento en su proceso formativo? Sin entrar en teorías explicativas que tienen que ver con el respeto a la libertad personal o al individualismo que nos rodea, quiero simplemente Vicario General y Responsable Comisión de Formación Roma, Italia.. Fr. Jens-Anno Müller recoger unas ideas prácticas que me inspiró nuestro hermano Juan Antonio Vives en su “trilogía amigoniana” . Allí explica como el modelo del zagal del Buen Pastor no solamente sirve para orientarnos en el campo pedagógico de nuestra misión, sino también para vivir nuestra consagración como hermanos en comunidad. El zagal es el acompañante por excelencia: acompaña al rebaño y también se deja acompañar por el Buen Pastor, que es su modelo y maestro. ¿Qué clase de acompañamiento? No hablo del acompañamiento expresamente formativo, puesto que esa es una tarea que le corresponde ejercer de manera especial a la figura del formador. Tampoco hablo del acompañamiento espiritual que tiene su tradición en la dirección espiritual, ya que por definición, ese acompañante puede estar fuera de la comunidad al tratarse de un ámbito privado. Hablo del acompañamiento como expresión de la convivencia diaria de los hermanos. Un acompañamiento amigoniano que se realiza en la vida ordinaria, andando el mismo camino y compartiendo el pan como compañeros. Nuestra acción apostólica, que está marcada por la experiencia en el trabajo con “nuestros muchachos” en los centros de menores y colegios en los que estamos presentes (donde vamos por el mismo camino con los jóvenes y donde se intentan vivir las actitudes del Buen Pastor), puede ayudar a iluminar también las actitudes que deben guiarnos en la convivencia con nuestros hermanos de comunidad: El Buen Pastor conoce sus ovejas y los llama por su nombre Conocer a los hermanos por la experiencia y por la ciencia del corazón humano. Aprovechar los diálogos que se den para un conocimiento mutuo más profundo. Invitar a un hermano a dar un paseo para que nos cuente algo de su vida desde la escucha activa. Descubrir la riqueza personal de cada hermano fijándonos más en sus virtudes, dando gracias a Dios por sus dones, y evitando las críticas y chismes. El Buen Pastor va delante de sus ovejas La ejemplaridad y autenticidad arrastran, mientras que la hipocresía y la “doble vida” son antitestimonio. Tengamos presente que, queramos o no, siempre somos un referente para los hermanos. El Buen Pastor no huye ante las dificultades No podemos ni debemos desentendernos de nuestros hermanos, y menos aún en las situaciones tensas o de desencuentro. Es precisamente en esos momentos en los que debemos salir a su encuentro o convocar a la comunidad para prevenir conflictos, entender, mediar, dialogar, buscar la comprensión y orar unos por los otros. El Buen Pastor va detrás del necesitado sin temor Buscar y hacernos los encontradizos (siempre respetando la libertad personal) cuando sentimos que un hermano se está alejando de la comunidad: escuchándole, perdonándole, abrazándole e invitándole a que vuelva a la comunidad. El Buen Pastor se desvive por los demás Está de moda exigir los propios derechos, pero no olvidemos que nuestra felicidad la encontramos en el servicio a los demás. Está bien sentarse en la mesa servida, pero, y sirva esto como ejemplo, ¡qué 1 bello es cocinar para los hermanos! El gesto de lavarse los pies mutuamente es el culmen de la vida comunitaria. Es en este gesto donde nos hacemos discípulos de Jesús de verdad y donde podemos experimentar la mística del encuentro que reconoce al mismo Cristo presente en los hermanos. El Buen Pastor celebra con alegría la fiesta del encuentro Nuestra vida comunitaria es un don de Dios. Cada hermano es un regalo que tenemos que celebrar. Por eso nuestras casas se deben caracterizar por la alegría de vivir que experimentamos, de manera especial, en nuestras relaciones fraternas. El ideal de vivir las actitudes del Buen Pastor suena muy bien, aunque a veces choca con la realidad que vivimos en nuestras comunidades. Esto no nos debe asustar. Es lo más normal. No somos el Buen Pastor, somos sus zagales, y por tanto muy humanos, con nuestras luces y sombras y en permanente crecimiento. Esta es nuestra realidad y la debemos aceptar como tal. Pero no nos debemos rendir. El sentirnos todos acompañantes unos de otros es una posibilidad concreta para reconstruir nuestra vida comunitaria desde una actitud de apertura, escucha y compasión. Si logramos eso, ya habremos conseguido muchísimo. Y entonces ya podremos decir que somos compañeros en el camino de la renovación.