¿Cómo hacer “carrera” siendo religioso amigoniano?

Entre nuestros religiosos he escuchado en alguna ocasión expresiones como esta: “los frailes amigonianos de las nuevas generaciones aspiran a puestos de despacho o de capellanía.” Si bien es algo que no he podido contrastar con la realidad, sí que va en la línea de mi impresión per-sonal de que no siempre es un valor en nuestra congregación ser educador o estar día a día con nuestros muchachos y muchachas. Y que en ocasiones parece pudiera parecer que se aspira más a tener un puesto directivo, a tener muchos títulos académicos o a tener muchos compromisos sacramentales fuera de nuestras casas, que a algo que desde siempre ha sido un ideal de nuestra vida.

Partiendo de esta anécdota, quiero reflexionar en este artículo sobre lo que significa “hacer carrera” entre nosotros. Una de las formas de “progresar” en nuestra Congregación ha sido, y es, la aspiración a ser sacerdote. La creciente clericalización de nuestra Congregación, iniciada des-de 1901 por la Santa Sede y muy en contra de nuestro Padre Fundador , y que llevó incluso a una cierta discriminación de los hermanos llamados “coadjutores”, ha dirigido muchas aspiracio-nes hacia el sacerdocio ministerial. Aunque en las reformas después del Concilio Vaticano II se ha trabajado mucho para recuperar el valor del religioso laico, se siente entre nosotros aún la marca del clericalismo, por otra parte muy presente en toda la Iglesia.

A veces son las personas de fuera, quizá movidos por un gran aprecio de la figura del sacerdote, las que nos dicen que el religioso laico es un religioso incompleto: “Y ¿por qué no te ordenas, para llegar a la plenitud?”, nos preguntan. Frente a lo que nosotros siempre tenemos que res-ponder, y defender, que el religioso laico ya es “zagal del Buen Pastor en plenitud”.

Nuestro Plan de Formación y de Estudios de la Congregación (PFEC), publicado en 2017, ha reaccionado a esa tendencia y se centra en la formación del religioso sin más distinciones, re-cordando que nuestra identidad como religiosos amigonianos es ser “zagal del Buen Pastor”. Para favorecer una identidad más específica, también del sacerdote amigoniano, se ha introdu-cido una nueva etapa formativa basada en el número 80 de nuestras Constituciones: la forma-ción para el sacerdote amigoniano .

Esta etapa falta todavía por diseñar, pero creo que es una tarea de toda la Congregación revalo-rizar la figura del religioso hermano y no caer en la tentación de un clericalismo que nos aleje de nuestro carisma franciscano-amigoniano.

Lo esencial en la Vida Consagrada: la entrega de la vida a Dios

Los religiosos tenemos nuestro puesto en la Iglesia como seguidores proféticos de Jesucristo. Queremos seguirle hasta la entrega y el despojamiento total del Hijo de Dios “que se rebajó hasta la muerte, y una muerte de cruz” (Fil 2,8). Nosotros ofrecemos nuestra vida a Dios como respuesta libre y amorosa al don de la vida y de la vocación que hemos recibido gratis de Él. Nuestra vida debe estar así marcada por la gratuidad del amor y de la entrega gozosa, sin reser-vas ni límites.

Una entrega así marca una “carrera hacia abajo”, hacia la periferia existencial, en favor de los jóvenes desfavorecidos que puede nunca hayan vivido la experiencia de un amor desinteresado. Ponernos al mismo nivel con “nuestros” chicos y chicas, convivir con los pobres, nos configura con Cristo crucificado y nos acerca a nuestra Madre al pie de la cruz. Es el “primer servicio que ofrecemos a los jóvenes que educamos” y es a la vez un signo fuerte de que Dios no se ha olvi-dado de ellos y de que desde el amor todo es posible. En nuestra historia han sido sin duda mu-chos los religiosos laicos, que con su perseverancia “al pie de la cruz” de los jóvenes, han man-tenido viva la imagen del zagal que llega hasta dar su vida por las ovejas.

En nuestro proceso de renovación institucional debemos mantener viva esa entrega directa siendo testigos del amor de Cristo para estos jóvenes, tanto en las instituciones “clásicas” de reeducación, como en colegios, programas terapéuticos (de prevención o de barrio), comunida-des de inserción, parroquias… o donde quiera que estemos. El sello de “autenticidad amigonia-na” debe ser esa convivencia cercana que supone estar incondicionalmente a su lado entregan-do nuestra vida para el bien de ellos.

La formación amigoniana: desarrollar los talentos personales en plenitud

A esa entrega de nuestra vida a Cristo, presente en nuestros jóvenes y que se concreta en el servicio pedagógico a ellos, corresponde también poner a su disposición todos nuestros talentos para la misión y “empezar a negociar con ellos” . Es decir, “sacar el brillo” a las competencias de cada religioso desde una esmerada formación humana y científica (que ha sido otra de las marcas significativas de la pedagogía amigoniana).

 
Aquí entra de nuevo la idea de “la carrera”. Creo que una de las necesidades actuales a la hora de realizar un proyecto pedagógico innovador y de calidad en favor de los jóvenes en dificultad es el de contar con personas muy bien cualificadas, tanto a nivel humano como a nivel académi-co. La ordenación sacerdotal no es la única forma de seguir creciendo como personas, y menos en nuestro tiempo. Ahora existen muchísimas más formas de desarrollo personal que se expre-san entregando los propios talentos a la Congregación como religioso bien formado: como tera-peuta, catequista, líder y animador de grupos juveniles o de laicos amigonianos, como acompa-ñante espiritual, creador de nuevos proyectos en la periferia social, con refugiados menores no acompañados, como administrador o gerente, como recaudador de fondos o recursos, gestor de calidad, defensor de los derechos del niño,…

 
En nuestro mundo complejo hay muchas y variadas formas de entregar la vida en favor de la ju-ventud en dificultad. Nuestra Congregación debe ser un instituto donde cada hermano pueda “hacer carrera” siguiendo a Cristo en humildad y ofreciéndose a los demás poniendo a producir todos los talentos recibidos. Para “diseñar” esa carrera es importante realizar un discernimiento fraterno que valore los talentos de cada hermano, los haga crecer y brillar y los ponga al servicio de nuestros jóvenes, de manera que lleve al hermano a su plenitud personal. Que para eso ha venido Cristo Buen Pastor: para que sus zagales tengan vida, y la tengan en abundancia, para poderla así comunicar a los jóvenes que necesitan de ella.

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