Al reflexionar sobre los laicos y la obra amigoniana, ha venido a mi memoria una historia de mi infancia. En uno de mis libros escolares aparecía el relato de un Rey que, preocupado por nombrar a su heredero, había propuesto a sus tres hijos resolver, a modo de acertijo, una pregunta: «¿Qué es lo más dulce que existe?» Transcurrido el tiempo establecido para resolver su pregunta, se presentaron ante él los tres príncipes. El primero de ellos defendió que era la miel. El segundo, por su parte, presentó a su padre el néctar de una planta exótica. Por último, y para sorpresa de todos, el tercero le entregó un puñado de sal argumentando que, sin ella, no se podría disfrutar de la «dulzura» de muchísimas comidas. La sal. Ese producto tan necesario y tan «humilde», que solo se echa de menos cuando falta. Tiene un papel callado, pero insustituible. Sorprendentemente semejante a la luz. Sal y luz, perceptibles sobre todo en su ausencia. El padre Amigó probó, en su experiencia con personas privadas de libertad, la falta de sabor, la confusión y la falta de luz. Y los laicos, que desde el principio estuvieron en el centro de la obra terciaria, fueron implicados para responder a esa necesidad percibida, de dar sabor a vidas tristes y luz en medio de la oscuridad de las personas que habían perdido su libertad, su dignidad y el sentido de sus vidas. Siempre me ha parecido preciosa la imagen del Buen Pastor que levanta a la oveja de las zarzas donde se había enredado y la pone sobre sus hombros. La oveja que antes estaba atrapada por cosas que le hacen daño es ahora puesta a la altura del Pastor y participa de lo que él ve, tiene su mismo campo de visión. A nuestras Residencias y Proyectos de Fundación Amigó llegan chicos y chicas heridos y arañados por las muchas zarzas de su vida y su historia personal. Enredados por su manera de vivir, cargados de errores y con una visión carente de respeto hacia sí mismos y mismas y a los otros y otras. Ser sal puede llegar a escocer en las heridas y al tiempo es curativa. Ser luz puede ser incómodo y hacer daño a los ojos en un primer momento, pero acaba por iluminar una nueva realidad cargada de respeto hacia sí y hacia los demás. Nuestro lema de «Tienen problemas, pero no son el problema», vivido en plenitud, es la sal y la luz de una apuesta por la dignidad de los chicos y chicas, o de todos aquellos y aquellas con quienes trabajamos y vivimos. El padre Amigó nos puso a los laicos y laicas, como buen pastor, a su altura y con su visión de respeto, de lucha por la dignidad de aquellos y aquellas que muchas veces no creen en sus posibilidades y valía. Los laicos somos copartícipes, junto con todos los amigonianos, de una misma visión y misión, y por lo tanto, del latir de un mismo Carisma.
Wilson Trujillo Marín
Subdirector del Centro de Menores del Cabanyal.
Fundación Amigó (Valencia-España)